
Franklin Soria Tapia: el último adiós al titán del folclore que tejía canciones como ilusiones
La muerte es una obsesión, O, al menos, lo fue para los hermanos Soria. Víctor lo escribió en sus canciones, Roger lo cantó hasta que el COVID lo calló en 2020, y Franklin, el último de los fundadores de Hiru Hicho, lo susurró en cada entrevista mientras la enfermedad le comía el tiempo. Ahora, a las 56 años, la parca se lo llevó también. Ironías del destino: el hombre que repetía «la vida es una sola» en su éxito más famoso, ahora se convierte en otro verso de esa misma canción.
Murió el viernes por la noche, en La Paz, después de meses de batalla contra un cuerpo que ya no aguantaba. «Nuestro corazón está partido», escribió el grupo en redes sociales. Y cómo no estarlo: Franklin era el último pilar de una dinastía musical que empezó en 1984, cuando él y sus hermanos decidieron que el folclore boliviano necesitaba más quena, más charango, más letras que sonaran a mercado, a copa de singani, a amores que duelen.
La enfermedad, esos espectáculos tristes y la solidaridad como moneda
En mayo, la cosa se puso fea. Franklin fue internado de urgencia, y Hiru Hicho —ahora liderado por su sobrino Elmer— organizó recitales «para ayudar con los gastos médicos». Porque así es esto: los artistas folclóricos no tienen seguro médico de oro, no acumulan derechos de autor millonarios. Tienen canciones que todo el mundo canta y bolsillos que no siempre alcanzan. La gente colaboró, claro. ¿Cómo no hacerlo con el hombre que les puso banda sonora a sus fiestas, a sus despechos, a sus domingos de feria?
Pero la salud es una lotería, y a Franklin le tocó el número perdedor. En abril, terapia intensiva. En mayo, un breve respiro. Y luego, el silencio definitivo. «No es un adiós, es un hasta pronto», dice el comunicado del grupo. Mentira piadosa: en el folclore no hay resurrecciones, solo quedan las canciones.
Hiru Hicho, más muertos que integrantes
Primero fue Roger, en plena pandemia. Después, Víctor. Ahora, Franklin. Tres hermanos que convirtieron Hiru Hicho en un monumento de la música boliviana, con temas como «Prisionero del amor» o «Vida y salud» (qué cruel el título, ahora). En una entrevista en 2021, Franklin habló de Víctor y sus letras sobre la muerte: «A veces tenemos un camino determinado en la vida, un destino que no queremos admitir». Él lo admitió, pero siguió tocando, como si la música fuera un exorcismo.
Y quizá lo fue. Porque, pese a las pérdidas, Hiru Hicho no se hundió. Franklin y Elmer lo mantuvieron vivo, como un barco al que le cambian las tablas una por una pero sigue navegando. Ahora, el timón queda en manos del sobrino. El último Soria se fue.
Velorio en la calle E, canciones que no mueren
Lo velan en el local Colonial, frente a su casa. Allí estarán los fans, los amigos, los que crecieron escuchando «Cabellos de plata» o «El celular». Porque Franklin Soria no era solo un músico: era un tipo que le puso voz a la vida cotidiana de Bolivia.
Se apagó su quena, sí. Pero las quenas son como los fantasmas: siguen sonando aunque no las veas.